domingo, 3 de marzo de 2013

Medianoche en Porto.

La sala de copas estaba vacía, sonaba de fondo un fado con aire sesentero. Se sentó en una de las banquetas de terciopelo rojo y pidió un Whisky con hielo. El botones desapareció tras los cristales de colores. Miró el reloj, iban a dar las doce. Se aflojó la corbata y dio un sorbo. Pensaba en nada, miró la llave de la habitación despreocupado. Cogió la copa y se sentó frente al piano. Comenzó a tocar suavemente las teclas, acariciando lentamente la madera del instrumento. Miró el reloj de la pared, ya pasaban de y cuarto. Se desabrochó el botón del cuello de la camisa y tomó aire. Entonces, suspiró y siguió tocando.  De entre la oscuridad de la sala pudo ver acercarse una sombra, acompañada del ruido de tacones. Era ella, llegaba tarde, pero más hermosa que nunca. Se miraron fijamente. "-Vengo para quedarme" Susurró. El se levantó y la cogió por la cintura. La besó en silencio, y solo acertó a decir; "-Por un momento creí que no vendrías, pero cuando comencé a tocar no lo dudé ni un instante". Ella sonrió y dijo; "-No es la música lo que me ha traido aquí."

Cloro.

Huele a cloro. El agua se desliza por el desagüe. Fluyen los pensamientos, como las gotas que golpean fuertemente la mampara. Incertidumbre en dos metros cuadrados. La toalla está fría, tapa la inseguridad unos segundos. Aire caliente, arde contra ti. Tú. Ese ser lleno de miedos, que se vestirá y se maquillará los ojos con cuidado. Aprisa los labios. Sin calma, sin pausa, y saldrá a la calle con su mejor sonrisa. Vuelvo a escribir de nuevo.